viernes, 30 de julio de 2010

De amores caraqueños, de amores catalanes, de amores platónicos




A uno de mis amores platónicos lo conocí en mi primer viaje a Barcelona, cuando tenía 20 años. Fue durante una noche de póker. Yo tenía el cabello tan corto que parecía un varón y aún así él no me quitó el ojo en toda la noche. Al principio yo creía que miraba a mi amiga (bastante más atractiva que yo) pero al cabo de un rato estaba claro, me quería a mí. A los pocos días fui a su casa y le preparé arepas y otro día él me llevó en moto hasta la Costa Brava. Cuando llegamos a una cala desierta ya estaba atardeciendo, así que nos quedamos echados en la arena, conversando y viendo como el sol de invierno empujaba las sombras de las montañas sobre la playa.
Cuando volví a Caracas le estuve enviando cartas manuscritas que nunca me contestó (o que quizás el correo venezolano perdió) y me quedé un buen tiempo esperando al cartero... pensando qué habré dicho de más o de menos.
De todas maneras, el recuerdo de esos pocos días no podría ser más perfecto. Fue mi primera vez en Barcelona, una ciudad que me atrapó en cuánto puse un pie en ella, sumado a un enamoramiento viajero, a un paseo en moto, al descubrimiento del mediterráneo... Todo junto se ha ido asentando en mi cerebro tal y como los granos de arena al fondo de un vaso, formando una capa sólida a la vista pero escurridiza al tacto. De tanto en tanto, aromas, sonidos, texturas de luz, me transportan a ese recuerdo que permanece tan vívido en mi cabeza, pero tan irreal cuando abro los ojos.
Y entonces, cuando abro los ojos, no puedo más que asombrarme de las vueltas que da la vida, y de cómo, años después, regresé a este lugar y conocí el amor verdadero. El que me acompaña, el que me descubre que es mejor que los amores platónicos se queden como lo que son...
Algo así me pasa con Caracas.
Cuando pienso en MI ciudad selva, en su verde, en su luz intensa, en su tráfico y sobretodo, en sus contradicciones, caigo de súbito en la añoranza del amor platónico: un sentimiento de nostalgia me invade, de ese amor que pudo haber sido pero nunca fue; ese, que sólo existe en mi cabeza, que alguna vez estuvo pero que ya más nunca volverá a estar. Porque la Caracas que nosotros (los de mi generación) vivimos – ya más nunca será la misma y habita sólo en nuestros recuerdos de infancia y adolescencia.
Y cuando abro los ojos y veo a Barcelona, con sus calles amplias y sus edificios modernistas, y su hilo de mar al fondo, y su centro vigilado por gárgolas y empaquetado en paredes milenarias... soy feliz por este amor que me acompaña, pero lloro por Caracas, mi amor platónico.

miércoles, 28 de julio de 2010

ESTABILIDAD DE LA BUENA


Ya me lo habían anunciado, cuando me hicieron la carta astral. Que mi vida iba a ser una montaña rusa de cambios, como de etapas o capítulos de un libro... pero que al pasar la página el capítulo anterior, no tendría nada que ver con el actual...
Supongo que a la mayoría de la gente le sucede, que su vida va cambiando, que superan o no las etapas... en todo caso creo que a nadie le debe transcurrir la vida como si cada día fuera el mismo día... como le pasó a uno de los personajes emblemáticos de la famosa novela 100 años de soledad.
Lo que sí me gustaría saber es: si a todo el mundo le suceden los cambios en la misma intensidad en que me suceden a mí, que siempre paso del cielo al infierno en cuestión de horas. Y lo del cielo y el infierno no lo digo sólo como recurso literario, sino como una realidad! pero claro como una de esas relaidades sin prejuicios: no es que piense en el cielo o en el infierno en términos religiosos y me refiera a que paso de cosas buenas a malas así como así... me refiero a los estados físicos de las situaciones que vivimos los seres humanos en la tierra.
A mi me pasa, por ejemplo, que un día puedo estar trabajando a 45º, en pleno verano, en una cocina de un bar de tapas en Barcelona y al día siguiente estar en el 9º piso de un edificio inteligente contemplando el mediterraneo... Eso sí, la quemadura que me hice con los aceites a altas temperaturas sigue ahí en mi piel, diminuta y caprichosa, como queriendo recordarme que el cambio radical está a la vuelta de la esquina y que no hay nada que pueda hacer para impedirlo.
Ahora que lo pienso y que lo escribo, hay aún más: con el cielo y el infierno no me refiero tan sólo a lugares y a situaciones, sino también a las personas.
Un día puedo estar compartiendo 8 horas de trabajo en un espacio de 3 m cuadrados con perros hambrientos que pelean por su espacio vital; y al día siguiente puedo estar en una oficina con aire acondicionado presentando un proyecto que termina con un estrechón de manos con un grupo de profesionales de mi área.
No exagero, estos cambios suceden en un tiempo tan corto que a veces me cuestiono si he perdido la razón y yo me estoy inventando mi propia historia para salir del aburrimiento de lo cotidiano, de la agonía de la vida. Como en aquel cuento de Julio Cortázar, "La noche boca arriba".
Yo lo que quisiera es que: el Universo (o El Gran Ingeniero, como lo llama mi padre) me aclarara cuál es el propósito de todo esto?, les pasa a todos? cuál es la lección que hay que aprobar para pasar al "nivel estabilidad"?; Pero de la buena, no esa de la que la vida te pasa por un lado y tu sólo la ves pasar a través del cristal.