viernes, 18 de junio de 2010

Mensajes...


Ayer estuve caminando por los alrededores del MACBA. Debido al SONAR, las calles estaban atestadas de estos personajes “modernillos”... con sus gafas de pasta, su look descuidado pero salido de revista, y su interés por el festival de la “música avanzada”.. en fin, todos esos que deben tener ya como 40 años pero que siguen vivendo en adolescencia (al menos en la vestimenta)...

Así que, buscando huir por callejuelas más desiertas, me encontré con una pizarra que decía algo así: “El que ve el cielo en el río, ve peces en los árboles”... iba con mi compañero de vida, comentando sandeces de la vida... pero cuando vi ese mensaje enseguida le pregunté que qué quería decir eso??... Él me dijo que: El que ve el cielo en el río, ve peces en los árboles... y yo le dije... sí, pero... tu como lo interpretas? Quiere decir que “ves” más allá de lo obvio... o que estás confundido???... y él me dijo... Sólo quiere decir lo que quiere decir, me dijo algo así como que no hay que buscarle un meta-significado a todo... y yo que siempre he pensado que el universo nos habla... aún cuando no estamos escuchando... la conversación se interrumpió por la voz chillona de una de estas adolescentes del Sónar, que corriendo y haciéndonos a un lado, no nos dejó otra que cambiar de tema y volver al análisis de qué sería eso de “musica avanzada”...

Aún así, hoy he seguido pensando en si he perdido mucho tiempo tratando de descifrar los diversos mensajes que yo pensaba me llegaban desde “el universo”... cosas que veo por ahí, o que leo en algún papel perdido en el metro y que me llegan en momentos radicales de mi vida... o en momentos en donde no está pasando nada... y como si fuera poco, hoy limpiando mi casa, me he encontrado con un papel doblado en miles, que había escondido dentro de un marco de una foto. Una foto por cierto muy especial que cuando pueda la escanearé, pues cada vez que la veo me lleva a uno de estos momentos tan simples, pero tan importantes de la vida... el papel en cuestión, es un folio DIN A4, impreso hace años (se nota por el tipo de tinta sobre papel...) que recuerdo recogí de algún lado y guardé porque en ese momento no entendí nada de lo que decía... pero pensé “algún día lo entenderé...”. Me había olvidado por completo de la existencia de este pequeño y raro tratado, que no sé quien, ni cuando, ni porqué, lo escribió, pero guardé hace más de 10 años, tampoco sé porqué... lo releí hoy y me dije... bueno, lo colgaré en el blog a ver si alguien me da luz sobre el tema (creo que en esta lectura entendí un poco más, pero no se crean que mucho)... quizás el/la mism@ autor@ aparezca por estos lados... Lo he traducido tal cual, con su tipo de letra y signos de puntuación, se ve que es una página intermedia de entre varias, pero en mis manos sólo cayó esta, por eso el final es como es... ahí os lo dejo:



“No era que esas discusiones no tuviesen sentido; a mi me sirvieron para saber que no tenían respuesta; y que, si había una respuesta, era esta: mejor no encontrar la pregunta. He probado comentarla, y he causado risas nerviosas, dudas, incredulidad; incluso me han ignorado. Está claro que estamos envueltos en este juego, y que no queremos salir de él; la posibilidad de que no haya respuesta nos aterroriza e incomoda (aunque, bien mirado, es lo mismo que decir que “no hay fundamentos para el conocimiento”: no los hay, ni dentro ni fuera de la “realidad”, el “individuo” o la “comunidad”; no los hay, y se acabó). Esta “respuesta” parece una estupidez para quien está jugando –quizás lo sea, sin duda. Jugar tiene también sentido, claro está: yo lo vivía y lo vivo.

Lejos de mí pretender que “hay que acabar con esas pseupreguntas”, o que “hay que dejar de jugar”, o que “la Academia debe cambiar”. (Ahora que lo pienso, eso sería seguirjugando, no?) No quisiera iniciar otra instancia del ciclo “problema-solución”; no pretendo que, “por tanto deberíamos...”, o que “sería mejor que no...” Puede que esto deje mucho que desear –que nos sepa a poco. ¡Con cuánta seriedad jugamos!

Y tampoco se sigue de esto ninguna “alternativa”, ninguna “vía regia”, ninguna “solución”. Sólo una suave, silenciosa y permanente risa: lo deliciosamente absurdos que somos, mientras el mundo sigue su camino. Porque es para morirse de la risa, vernos en el lodo, debatiéndonos por “responder” una pregunta irresoluble –porque nosotros la hemos planteado así- cuando podríamos no plantear la pregunta.

Es este un punto vital. La risa es inherentemente espontánea: sólo nace cuando estamos distraídos. También la fe –la gracia- es espontánea: no puede buscarse o fortalecerse (“quisiera creer” es tan inútil como “quisiera quererte”); brota de algún ignoto pozo en el alma cuando uno ha agotado todas sus reservas. No es la respuesta a ninguna pregunta: sencillamente, es. Pero cuando nos lanzamos a cuestionarla, analizarla y justificarla, sólo conseguimos destruirla. Así que tenemos que conseguir voluntariamente algo que sólo aparece a pesar de nuestra voluntad, sólo somos libres si nos dejamos poseer. Puede que no existan verdades más firmes; pero no nos sirven de nada. Nada podemos hacer con ellas. Y en eso radica su valor.


No sirven de nada; así que lo diré otra vez: no hay manera de salir del juego. Es más: todo intento de salir de él, sólo lo intensifica. El maestro que dice: “no tomen mis palabras como la verdad: piensen por su propia cuenta” puede creer que está saliendo al paso del autoritarismo y el adocenamiento; pero la misma estructura impone lo contrario –él hablará y explicará, y no necesita cambiar; ellos deben aprender y están obligados a cambiar. Y si piensan por su cuenta, también estarían siguiendo sus reglas. Ni siquiera les queda la libertad de sublevarse: es esto lo que el profesor “desea” (explícitamente, al menos).

Pensé que no hay forma de salir del juego –porque es el juego humano. Si pudiésemos salir, no tendría sentido. No basta con saber que “no hay ninguna panacea”; tampoco esto es una panacea –y tampoco lo es la última constatación. Jugamos hasta descubrir las reglas; nos aburrimos y las trasladamos a otro nivel –donde no las podemos ver; las reencontramos –y el ciclo vuelve a empezar.

En ese momento, mi moraleja –la panacea particular por la que apostaba- fue evitar la megalomanía. Mas ¿no era eso totalmente megalómano? ¡Ah!; tibia ironía, viejo descubrimiento.

No hay forma de salir del juego –cuánto dolor genera, y cuñanta pasión. Me parece que lo único que vale la pena intentar es lo imposible, lo que no tiene sentido; sólo una rueda”